Inventando a Dios
Ha perdido la memoria este tipo. En el ambiente hay un olor a desierto. Sus ojos entreabiertos reconocen la soledad. Y es que la soledad sabe a demonio cuando es real. En un levantamiento pausado siente el calor ardiente, siente que el blanco de su bata murió con su conciencia.
Camina hacia el lago que imagina, pero su reflejo en el agua lo despierta del impacto, lo sacude, le abre los ojos. Un hombre sin memoria sabe dentro de sí que nada es verdad. Que no está del todo aquí ni allá.
Una bata de baño amarrada por la cintura, un aspecto degenerado, el cabello más largo que la barba. La memoria no aparece, la cabeza le pesa, las sandalias le aprietan, el calor lo quema. El impacto del reflejo lo despierta. Está parado reconociéndose en el agua.
Cuando uno muere siente algo parecido a lo que sentía antes de nacer: nada. Cuando uno pierde la memoria, pierde la identidad, porque uno es lo que recuerda de sí mismo. Cuando uno se droga puede aparecer y desaparecer, puede morir o vivir, puede perder o ganar. Pude olvidar.
Sigue solo. Ha perdido la memoria este tipo. No hay luz al final del túnel, no hay final, ni principio. Está solo. No hay seres iguales a él.
Con el razonamiento que le queda se lanza. Al olvido, al recuerdo. Al agua.
Está negro en su interior, no se escucha el vacío, el agua lo absorbe. Lo ahoga. Siente que otros labios lo rozan. Sin pensarlo y volviendo al negro oscuro del principio, una mujer lo carga en sus brazos exigiendo señales de vida. Después de la última gota extraída por ella y con la respiración agitada, en su intento femenino por saberlo todo, pregunta quién es.
Sabrá dios quién. Y ella abre los ojos con intensidad, pone su mano en la boca, lo mira fijamente y sonríe. Evoca la predicción de la bruja del pueblo: “Aparecerá el hijo de Dios hecho carne y hará milagros. El agua abundará”.
(Ahora existe un Dios, un humano como él, un vago recuerdo del rostro de una mujer. Ahora existe, porque encontró otro como él para reconocerse).
Ella se arrodilla. Desliza sus manos por debajo de la bata del hombre y suspira, se recuesta en la arena y abre las piernas. Él mira al cielo, abre la boca, se desliza hacia la arena y la observa, detalla sus facciones y recuerda vagamente la delicadez de una mujer. Sin rodeos la desviste, se aprovecha de la situación. La hace sonreír de placer.
El acto humano de procrear. Procrear un otro lujurioso, ambicioso, poderoso, inteligente, astuto, mentiroso, crédulo y miserable. Pero ella no pregunta detalles. Observa y disfruta nada más. Ora al cielo y agradece los favores recibidos.
Ha perdido la memoria este tipo. Está solo, no recuerda nada de su pasado, está recostado en la arena con una bata blanca, mira un lago a lo lejos. Amaneció. Mira al cielo y recuerda ser dios.
“Camina y es seguido. Habla y es escuchado. Hace milagros y es respetado. Engaña y es admirado”.
La gente pide cada vez más, exige más de lo que puede dar, ora muy seguido y no deja dormir. Por eso antes de que amanezca, escapa. Para no ser crucificado. Para evitar culpas de los desastres de la región, para huir de la desgracia ajena. Al llegar la mañana ya lo había olvidado.
El hombre anduvo de región en región llevando la palabra. Se hizo famoso. Se motiló, le volvió a crecer la melena. El mundo se terminó de inventar sin él. ¿A su imagen y semejanza? Puede ser. Quién sabe.
Un ser más, como todos. Inventado, real, imaginario, irracional, incrédulo. Un humano que muere cuando ha muerto la memoria colectiva que lo carga, un ser que se ha perdido en el viento…En el tiempo.